lunes, 28 de noviembre de 2011

Aquelarre 1

Hay unos seres increíbles
que vagan en la noche honda;

cuerpos indefinibles,

carátulas horribles

que en torno nuestro andan de ronda.

Son los elementales

artificiales,

hijos de las malas pasiones,

pensamientos impuros

y deseos oscuros

que nos envuelven en turbiones.

Todo lo que pensamos

adquiere forma en el astral,

el traslúcido mundo adonde vamos

tras las larvas del mal.

Los que atizan ansiosos

los carbones del fuego

sexual; los que disponen, tenebrosos,

la ley fatal de las mesas de juego.

Los que acechan a las mujeres

adúlteras y tejen la asechanza

y vierten sangre de venganza

en el lecho de los placeres.

Los que inspiran en el nocturno

de sábado la idea sanguinaria

al dipsómano taciturno

que asesina a la golfa solitaria.

Musa de los asesinatos

sin causa y de las turbias tentaciones;

seres como esfumados garabatos

y rostros hechos con chafarrinones,

que alienta en el seno

febril de la angustiante pesadilla

con su faz amarilla,

el ojo turbio y continente obsceno.

Los trasgos del dinero,

Ministriles del Diablo,

que es el siniestro titiritero

que maneja los hilos del moderno retablo.

Sombra de sombras lo que se aburuja

y su capuz refleja en un espejo,

espíritu de bruja

que hace un escobón su caballejo,

y todas las cosas feas

y las turbias ideas

emanaciones de Satán.

Cuando en el solitario

campanario

las doce dan:

¡din, don! ¡din, dan!

Cruzan de ronda

y al aquelarre van.

Aquelarre, Emilio Carrere


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